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La historia de Joaquim está hecha de paciencia y precisión. Comenzó como aprendiz, con manos todavía inseguras, pero con los ojos atentos a los gestos de los maestros. Hoy es él quien guía el ritmo del taller, donde cada pieza es creada con el tiempo que el arte demanda. “Aquí no hay lugar para las prisas”, dice con una sonrisa tranquila. En tus manos, el metal se convierte en un recuerdo —trabajado, pulido, cuidado— hasta convertirse en una pequeña maravilla que perdura durante generaciones.