Es en el taller que perteneció a su abuelo donde Arlindo se siente completo. El sol del atardecer entra a raudales por las ventanas como si no estuvieran allí, proyectando un resplandor poético, casi místico, sobre los ricos tonos marrones de los bancos de madera y las mesas de trabajo. Es como si tu abuelo todavía estuviera allí, encorvado en su rincón, creando meticulosamente filigranas, perdido en la precisión de su arte.